Ciudad / Maota Soldevilla

Santiago Polo pertenece a la generación que acabó su formación en la facultad de Bellas Artes a finales de la década de los setenta, coincidiendo sus inicios profesionales con los optimistas años ochenta, época relativamente cercana en el tiempo, pero distante de la inquietante atmósfera fin de milenio que parece abrumar a la sociedad actual.
La vital década de los ochenta representó para este país un estallido de libertad que, en el ámbito artístico, significó la posibilidad de apertura hacia prácticas experimentales al margen de convencionalismos. En aquel ambiente, las primeras manifestaciones artísticas de Santiago Polo profundizaban en la investigación e interrogación de los lenguajes y significados del arte, inquietudes que reforzadas por la madurez de la experiencia personal, aún hoy continúan siendo el objetivo de su trayectoria artística.
La sensibilidad del pintor por el color se puso de manifiesto desde sus primeras obras pictóricas, en ellas se representan superposiciones de anchas bandas de color, donde el juego sutil de los valores cromáticos utilizados, produce el efecto de formas flotantes que se situan sobre espacios difusos. La vibración de las masas de color propia de la técnica empleada, la acuarela, es contenida por sucesivas capas de materia que logran detener la movilidad de la forma, quedando dfijada en un tiempo que nos muestra de forma inmediata que ya no es recuperable.
En 1983 Santiago Polo dio comienzo a una serie de acciones, instalaciones y performances, en las que comienza a explorar y experimentar, desde un lugar activo, el valor y significado emocional de conceptos utilizados en el mundo del arte.
La utilización del cuerpo como soporte artístico con el objetivo de recibir directamente el efecto expresivo y comunicativo del arte, fue la primera experiencia planteada por el artista en 1983. La acción-demostración como la denominaba el autor, consistía en diez actos distanciados temporalmente entre sí, en las que distintas personas participaban en la realización de diversos cortes de pelo efectuados en la cabeza del autor.
Santiago Polo, convertido en soporte de la propia obra, paseaba por la ciudad, atento a percibir el impacto de su visión en los transeúntes, registrando minuciosamente el efecto comunicativo generado por su presencia. En su recorrido por la ciudad el artista comprobaba cómo los mismos signos diversificaban sus significados abriéndose a multitud de interpretaciones.
El interés de experimentar directamente las sensaciones que acompañan los significados, conceptos y atribuciones artísticas introdujeron al artista en una serie de performances e instalaciones, donde las percepciones visuales, acústicas y táctiles, conforman un ritual que sacralizaron sus acciones.
En todas ellas utilizaba materiales humildes, desechos de la construcción recogidos en la calle, abandonados como inservibles por personas cuya mirada sólo estaba atenta a la función de los objetos. Por contraposición, para él los materiales abandonados describían el escenario de un inmenso naufragio colectivo en donde, si estabas atento, podías leer y escuchar sucesos e historias, revivir sensaciones siempre conjugadas en pasado.
La importancia concedida por el artista en su producción pictórica a la manifestación de la irreversibilidad temporal, vuelve a aparecer en esta nueva faceta de su experimentación artística en que la percepción del tiempo de nuevo se convierte en el catalizador común de su trabajo. La manipulación a la que somete a los materiales recuperados, supone la recepción para los mismos de una nueva narración y para esta nueva escritura provocaba un clima de gran intensidad emocional donde sus rituales movimientos parecían dilatar y densificar el tiempo, intentando a fuerza de invocarlo aprehenderlo.
Los intereses y actitudes de una generación ávida de experimentación se daban cita en la plural y facetada obra del artista; pero dos obsesivas inquietudes protagonizaban y protagonizan la investigación de su trabajo, la importancia del color en la configuración de las formas y la atenta percepción del discurrir del tiempo, interpretando la vida estética como contemplación.
Tras cinco años de silencio, Santiago Polo presenta su nuevo trabajo en el que retoma el lienzo y el pincel. En esta ocasión la ciudad se ha convertido en el tema de su trabajo. La mirada del artista sale, por primera vez en su producción pictórica, al espacio exterior y nos presenta una serie de imágenes urbanas alejadas de nuestra directa y acelerada percepción cotidiana. En ellas, edificaciones -apenas insinuadas- devienen en fondo de personajes ensimismados, que deambulan indiferentes, ajenos e insolidarios entre sí. Los personajes, tratados por el pintor como inertes objetos de amueblamiento urbano, se sumergen junto a la arquitectura, en un espacio denso y acuoso, atemporal y anónimo.
Su obra al igual que las vanitas barrocas, nos recuerda el abismo que separa la realidad de nuestros sueños y nos muestra la ciudad -el sueño más ambicioso de la modernidad- desdibujándose ante nuestra perpleja mirada que no puede sino reconocerse en las inanimadas figuras. Con una técnica que remite a sus primeras obras abstractas, las distintas bandas de color que conforman los distintos planos se situan, más que determinan, en un denso espacio atmosférico, habitado sólo por las sucesivas capas de pigmento que pese a la constante manifestación de su presencia, se niegan a conformar un lugar. Las superficies muy trabajadas rehuyen sin embargo la materialidad, buscando en la superposición de las distintas veladuras cromáticas la densidad y el peso que imprimen el carácter que unifica la obra.
La fascinación por percibir el paso del tiempo que experimentó activamente Santiago Polo en sus acciones vuelve a estar presente en ésta, la nueva serie, pero en esta ocasión el pintor no se afana en poder retenerlo, decidiendo fijar sus imágenes en una dimensión vacía, intemporal, en donde no parece posible poder volver a escuchar relatos, en una atmósfera donde sólo se manifiesta el silencio.
Desaparecido todo el heroísmo baudeleriano del papel de la ciudad en la vida moderna, sólo su espectro sobrevive, y éste y no otro es el personaje que habita las inertes, densas y acuosas atmósferas urbanas que nos presenta Santiago Polo.

Maota Soldevilla / Ciudad.
Texto en el catálogo para la exposición en val i 30. Valencia, 1999.